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¿QUE SIGNIFICA

HABER NACIDO DE NUEVO?

La regeneración o nuevo nacimiento es una obra sobrenatural del Espíritu Santo mediante la cual la naturaleza divina y la vida divina son dadas al pecador arrepentido (Juan 3:3-7; Tito 3:5).

 

Jesús en el evangelio de Juan capítulo 3 habla con Nicodemo, unos de los principales maestros de Israel, sobre el nuevo nacimiento y le dice que es necesario nacer del agua y del Espíritu para entrar en el Reino de los Cielos. Con esto Jesús se está refiriendo a la promesa en el libro de Ezequiel en el capítulo 36:25-27 donde dice: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré.

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.

Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.”

El nacimiento del agua es “el lavamiento del agua por la palabra” como nos explica el Apóstol Pablo en Efesios 5:26 o como dice Jesús a sus discípulos en el libro de Juan 15:3 “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”.

 

El nacimiento del Espíritu es la renovación del Espíritu, en el cual es bautizado (sumergido) cada creyente verdadero en el momento de creer en Jesucristo y arrepentirse de sus pecados.

 

El bautismo en el Espíritu Santo ocurre en la salvación cuando el Señor introduce al creyente al cuerpo de Cristo por medio del Espíritu Santo como lo enseña Pablo en 1 Corintios 12:13 “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Cuando Pablo dice todos, se refiere a todos los verdaderos cristianos y no todo ser humano obviamente, de lo contrario ningún incrédulo o inconverso se perdería eternamente como enseña la Biblia. 

 

El Apóstol Pablo en Tito 3:4-7 dice “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”.

 

En otras palabras, Dios nos salva a través del “lavamiento de la regeneración” y “la renovación en el Espíritu Santo”.

Las personas que no experimentan este nuevo nacimiento no tienen esperanza de Vida Eterna.

 

Luego el Apóstol Juan en su primera carta escribe “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” (1 Juan 3:9)

Estos pasajes nos señalan que aquel que nació de nuevo no práctica habitualmente el pecado. Renunciar al pecado es la gran prueba o evidencia de la unión espiritual con el Señor Jesucristo, y de la permanencia en Él y en su conocimiento salvador.

Debemos tener cuidado con engañarnos a nosotros mismos. No debemos servir ni consentir con aquello que el Hijo de Dios vino a destruir, lo cual es el pecado. Al nacer de Dios somos internamente renovados por el poder del Espíritu Santo.
La salvación no es un arte, ni asunto de destreza o pericia humana, sino una nueva naturaleza otorgada por Dios al creer en el mensaje de Jesucristo. La persona regenerada no puede pecar como pecaba antes de nacer de Dios, ni como pecan otros que no son nacidos de nuevo.

 

En la mente de la persona regenerada existe la luz  que le muestra el mal, la suciedad, y la malignidad del pecado. En ella habita la inclinación que le dispone a rechazar el pecado y el poder espiritual que se opone a los actos que no están de acuerdo a la voluntad de Dios.

 

En 1 Juan 3.2-9 dice: Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. Todo aquel que comete pecado, infringe también la Ley (de Dios), pues el pecado es infracción de la Ley. Y sabéis que él (Jesucristo) apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca (con esto se refiere a que no practica el pecado habitualmente). Todo aquel que peca, no lo ha visto ni lo ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (el pecado). Todo aquel que es nacido de Dios no práctica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.

 

Al leer estos pasajes, nos debemos dar cuenta que no hay nada, absolutamente nada, que nosotros podamos hacer que pueda remplazar esta obra del Espíritu Santo en la vida de un cristiano.

 

Cuando el Espíritu Santo obra en el corazón de una persona, lo cambia, cambia su inclinación y disposición hacia el pecado y la inclina a llevar una vida piadosa, santa conforme a la Palabra o voluntad de Dios. El Amor de Dios es derramado en su vida y con ese Amor ama a Dios y a sus semejantes.

La persona que nace de nuevo aborrece y combate el pecado que antes ella amaba y servía, y ama y sirve a Dios que antes aborrecia o combatia con sus actos. 

 

En cuanto a la seguridad de Salvación, podemos ver que el Espíritu Santo hará esta obra: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16).

Hay muchas promesas en la Escritura que puedes leer y el Espíritu Santo usará para ayudarte a tener la seguridad de tu destino eterno (Juan 3:16; 1 Juan 5:1). Esas promesas del Evangelio ofrecen lo que se llama seguridad objetiva a creyentes genuinos.

Un ejemplo de esto es el ladrón al lado de la cruz de Jesús, el ladrón en la cruz tuvo seguridad cuando el Señor le prometió un lugar en el paraíso, pero el no pudo experimentar por mucho tiempo una vida transformada en la tierra, pero el tuvo una seguridad objetiva, certeza de que él era salvo en su corazón. 

 

También hay otros pasajes en la Escritura que hablan sobre la seguridad subjetiva. Por ejemplo, 1 Juan 2:3 dice, “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”.

La seguridad subjetiva crecerá y se profundizará conforme la persona vaya caminando diariamente con el Señor, viendo como el le libra de tentaciones.

Si un cristiano persiste en pecado por un tiempo, perderá ese aspecto de su seguridad mientras que esté contristando al Espíritu Santo de Dios. 

 

Ambos medios o seguridad (objetiva y subjetiva) son necesarios y referidos en Romanos 15:4: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”.

 

Ese proceso es parte del crecimiento espiritual en la vida de un cristiano y de esta manera tendremos seguridad verdadera por medio de las promesas en la Escritura y por experimentar diariamente la obra del Espíritu en nuestras vidas.

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