
EL CAMINO VERDADERO
Pedido de santidad
Señor estoy aquí, delante de Ti para tomar el tiempo necesario para que me limpies. No quiero irme de tu presencia sin que algo profundo se haya transformado en mí. No quiero simplemente emocionarme; quiero cambiar. Quiero ser tocado por tu mano, lleno por tu Espíritu, abrazado por tu gracia. Quiero salir de esta oración distinto.
Sé que no soy fuerte. Muchas veces intenté levantarme por mí mismo y volví a caer. Prometí cambiar y no lo hice. Me sentí sucio, lejos, cansado. Pero ahora entiendo que no se trata de mi fuerza, sino de tu poder en mí. “Bástate mi gracia”, dijiste, “porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Así que no me oculto más. Solo me rindo.
Aquí estoy, Señor. Sin máscaras. Sin méritos. Solo con hambre de Ti. Solo con sed de tu justicia. Como el ciervo que brama por las aguas, así clama por Ti mi alma (Salmo 42:1). Quiero más que un cambio de conducta. Quiero una transformación de corazón. Quiero que la raíz del pecado sea arrancada. Que el terreno sea preparado. Que lo nuevo florezca.
Pon en mí un corazón puro. Enséñame a amar la santidad. No como una obligación pesada, sino como una delicia, como el verdadero camino a la vida abundante. Enséñame a elegir bien, a cerrar puertas que me arrastran lejos de Ti, a decir “no” a lo que apaga tu Espíritu.
Y si hay heridas viejas que me hicieron caer, sáname. Si hay voces del pasado que me mantienen esclavo, siléncialas. Si hay mentiras que creí sobre mí mismo, reemplazalas con tu verdad. Ya no quiero vivir cargado de culpa, ni esconder mi vergüenza. Tú llevaste todo eso en la cruz.
Te entrego mi historia, mi presente, y mi futuro. Cada parte de mi vida te pertenece. No quiero dividir mi corazón: este rincón es para mí, este es para Dios. No, Señor. Todo es tuyo. Aun mis debilidades, aun mis temores, mis zonas oscuras… te las entrego. Para que las llenes de tu luz.
Y ahora te pido: lléname. Lléname con tu Espíritu Santo. No me basta con ser perdonado. Quiero ser lleno. Saturado. Transformado. Quiero vivir guiado por tu voz, obedecerte con alegría, reflejarte en cada gesto, en cada palabra, en cada decisión.
Enséñame a vivir en el Espíritu. A caminar por fe, no por vista. A orar sin cesar. A amar sin medida. A perdonar como Tú me perdonaste. A renunciar a lo que me aleja de Ti, aunque duela. Porque más que comodidad, quiero comunión. Más que placer, quiero tu presencia.
Hazme un instrumento de tu gloria. Haz que otros te vean a través de mi vida. No por perfección, sino por rendición. Que puedan ver a alguien que fue limpiado, restaurado, santificado por tu poder. Que mi vida sea testimonio de lo que puede hacer tu amor.
Y cuando caiga —porque a veces caeré—, enséñame a levantarme rápido. A correr a tus brazos. A no esconderme. A no quedarme tirado. A confiar que tu sangre sigue siendo suficiente, tu gracia sigue siendo poderosa, y tu amor sigue siendo inquebrantable.
Gracias, Padre. Gracias porque escuchás esta oración. Porque no desechás al corazón contrito y humillado. Gracias porque no solo me perdonás, sino que me adoptás. Me hacés parte de tu familia. Me abrazás como hijo, aun cuando llego sucio, roto, lejos.
Hoy decido caminar contigo. No un rato, no por emoción. Quiero caminar contigo todos los días. Hasta el final. Hasta que me transformes por completo. Hasta que te vea cara a cara. Y ahí, recién ahí, el proceso terminará. Mientras tanto, moldeame. Guíame. Llévame de gloria en gloria, de victoria en victoria, de limpieza en limpieza, de santidad en santidad.
Porque tuyo soy, Señor. Hoy, mañana y siempre.
En el nombre de Jesús,
Amén.