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SANIDAD DIVINA FISICA O ESPIRITUAL

Parte 3

“En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el profeta Isaías hijo de Amoz, y le dijo: Dios dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás. 
     Entonces él volvió su rostro a la pared, y oró a Dios y dijo: 
     Te ruego, oh Dios, te ruego que hagas memoria de que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te agradan. Y lloró Ezequías con gran lloro. 
    Y antes que Isaías saliese hasta la mitad del patio, vino palabra de Dios a Isaías, diciendo: 
    Vuelve, y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Dios, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Dios. 
    Y añadiré a tus días quince años, y te libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiria; y ampararé esta ciudad por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo. 
    Y dijo Isaías: Tomad masa de higos. Y tomándola, la pusieron sobre la llaga, y sanó. 
    Y Ezequías había dicho a Isaías: ¿Qué señal tendré de que Jehová me sanará, y que subiré a la casa de Dios al tercer día? 
    Respondió Isaías: Esta señal tendrás de Dios, de que hará Dios esto que ha dicho: ¿Avanzará la sombra diez grados, o retrocederá diez grados? 
    Y Ezequías respondió: Fácil cosa es que la sombra decline diez grados; pero no que la sombra vuelva atrás diez grados. 
    Entonces el profeta Isaías clamó a Dios; e hizo volver la sombra por los grados que había descendido en el reloj de Acaz, diez grados atrás” (2 Reyes 20.1–11) 

¿Sanidad mediante la medicina o los milagros? Este relato de la milagrosa sanidad de Ezequías comienza cuando el profeta Isaías le informa que morirá a causa de su enfermedad. El rey comenzó inmediatamente a orar y a clamar a Dios fervorosamente para no morir. El hecho de que Dios le concedió 15 años más de vida muestra que la oración pidiendo sanidad, cuando se padece una enfermedad mortal, nunca es algo inadecuado. Pero Isaías también le indica a Ezequías que aplicara una masa de higos sobre su llaga. Algunos eruditos señalan que los higos son una receta médica y le atribuyen un poder sanador. La Biblia no condena el que se recurra a la medicina al mismo tiempo que uno le pide a Dios por sanidad; aunque, en este caso, es absurdo pensar que la tal masa, por sí sola, podía curar una enfermedad mortal. Pero lo que debemos rescatar es que Dios puede sanar por medio de milagros, por medios naturales y por medios humanos. Ninguno debería ser menospreciado.
 
“Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. 
    Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. 
    Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán” (Mateo 4.23–25) 

Estos versículos muestran el alcance del ministerio sanador de Jesús. El ministerio de Jesús consistió en enseñar, predicar, hacer discípulos, sanar a los enfermos y echar fuera demonios. En este pasaje se hace la primera mención en el NT de que Jesús sanó enfermedades físicas y trajo liberación a quienes estaban atormentados por demonios. Algunos argumentan que Jesús sanó durante su ministerio con el único fin de demostrar su deidad, aunque yo no estoy de acuerdo. Debemos examinar pasajes como 9.36, 37 y 14.14, donde se pone en evidencia que el Señor sanó movido por la compasión. La sanidad era una parte de la misión de liberación. Su Gran Comisión incluye la promesa: «... sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán» (Mc 16.18). El Señor extiende esta comisión sobre la base de su expiación y su compasión por las personas.
 
“Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban. 
    Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. 
    Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. 
    Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. 
    Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? 
    Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? 
    Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. 
    Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. 
    Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5.24–34)  

Este pasaje relata el caso de una mujer que estaba desesperada, cuya sanidad fue el resultado de una fe grande y persistente. Su enfermedad, en aquel tiempo,  la hacía ceremonialmente inmunda y la descalificaba para mezclarse con la gente. Sin embargo, ella estaba tan segura que se decía: «Si tocare tan solamente su manto, seré salva» (v. 28). Por ende salio a buscar a Jesús y lo toco. Jesús no la reprendió al ver esto, inclusive con el propósito de asegurarle sanidad y salvación, demoró su misión en el hogar de Jairo, cuya hija estaba moribunda. Seguidamente Jesús resucitó a la hija de Jairo, pero aquí se detuvo a ministrar a una enferma que había depositado su fe en El.
Ahora bien, que una fe persistente como aquélla haya sido recompensada, no quiere decir que la sanidad o cualquier otra obra de Dios se puede ganar mediante el esfuerzo humano. Más bien ilustra que en ocasiones debemos ser intrépidos en la fe, y no dejarnos disuadir por las circunstancias o por las dificultades. «Al que cree todo le es posible» (9.23), y todo es por la gracia de Dios (Ef 2.8, 9).

 
“Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Marcos 9.22, 23) 
En este pasaje Jesús nos dice que la condición para la oración de sanidad contestada es «creer». El padre del muchacho endemoniado respondió «Creo», y luego agregó, «ayuda mi incredulidad». Siendo que la fe es un don, nosotros podemos orar, pidiéndola tal como lo hizo este padre. Nótese cuán rápidamente contestó la gracia de Dios.
Ahora bien, observemos el otro lado del asunto de la fe. Podemos observar que la oración provee una atmósfera de fe en Dios. El les dice a sus discípulos, cuando le preguntan por qué ellos no lo habían podido expulsar «Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno» (Mc 9.29). Su explicación enseña: 1) algunas aflicciones (no todas) son impuestas por un demonio; y 2) algunos tipos de posesión responden solamente a la oración perseverante. Perseverar en la oración, acompañada de ayuno, la lectura de la Palabra y por qué no la alabanza, provee de un clima para la fe del hombre, que trae liberación.

“Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. 
    Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. 
    Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. 
    Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto. 
    Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados”(Santiago 5.15–20)

Santiago nos indica que primero debemos llamar a los ancianos. Luego observen que la salvación del enfermo no se atribuye a la unción con aceite, sino a la oración y a la oración de FE que lo levanta. Debemos estar consientes de que en un momento de enfermedad no es la oración fría y formal la que es efectiva, sino la oración de fe. Con respecto al momento de la oración, muchos creen o interpretan que los ancianos deben realizarla imponiendo al mismo tiempo sus manos sobre el enfermo. Por otra parte también debemos interceder por el hermano si ha habido pecado. Santiago cita el caso de Elías que demuestra el poder de la oración. De este ejemplo podemos aprender:

       1)  Que no debemos mirar al mérito del hombre cuando oramos, sino a la gracia de Dios.
       2)  Que los motivos deben ser claros, los deseos deben ser firmes, debemos especificar

            qué queremos, y dar las gracias por la respuesta de Dios.

Este caso del poder de la oración de Elías da ánimos a todo cristiano para orar eficazmente. Santiago hace notar que Elías era un personaje común, como los creyentes de entonces, pero como ellos, tenía un Dios todopoderoso y misericordioso que oía y contestaba la oración.

Finalmente, en el Cielo nos espera una absoluta salud física. Allá ya no habrá más dolor, padecimientos, enfermedades, sufrimientos o muerte (Apocalipsis 21).

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