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SANIDAD DIVINA FISICA O ESPIRITUAL

Parte 2

“y dijo: Si oyeres atentamente la voz de el Señor tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Dios tu sanador” (Exodo 15.26)
Muchos se refieren a este versículo como el pacto de sanidad divina del Antiguo Testamento. Se le llama «pacto» porque en él Dios promete guardar a su pueblo libre de enfermedades que había enviado a los egipcios, aunque condiciona esta promesa a la diligente obediencia de su pueblo.

 
“Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. 
Dios envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel. 
Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Dios, y contra ti; ruega a Dios que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. 
Y Dios dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. 
Y Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía” (Numeros 21.5–9) 

La plaga de serpientes ardientes enviada sobre el pueblo fue, en realidad, un castigo que recibieron debido a su frecuente murmuración. Pero en respuesta al arrepentimiento de su pueblo, Dios ordenó que se erigiera una serpiente de bronce, y todo aquel que levantara la vista hacia ella sería sanado. Jesús se refirió a este relato en Juan 3.14, 15, al implicar que la serpiente de bronce simbolizaba su crucifixión.

 
 “Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Dios salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso.
Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. 
Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra. 
Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel. 
Y le dijo el rey de Siria: Anda, ve, y yo enviaré cartas al rey de Israel. 
Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos. 
Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra. 
Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí. 
Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel. 
Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. 
Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. 
Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de el Señor su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. 
Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado. 
Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio? 
El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. 
Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente de tu siervo” (2 Reyes 5.1–15)

 

Lecciones que podemos observar en este pasaje:
      1) Naamán, el general sirio, era un, dentro de todo, un buen hombre, y aparentemente su lepra no fue resultado de injusticia alguna que hubiera cometido.
      2) Observemos la importancia de compartir la esperanza de la sanidad divina con otros. Los cristianos hacen bien cuando testifican a otros tanto del poder salvador como del poder sanador de Jesús sin generar falsas expectativas.  
      3) Veamos cómo Dios trata de una manera particular con Naamán. A Naamán se le dijo que se lavara siete veces en el río Jordán con esto el se molestó y afloro su orgullo. Luego su sumisión le abrió el camino no sólo a la sanidad, sino también, a una lección de humildad.

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